EUFÒRIA

n pueblo que vivía galopando en la euforia eterna se vio amenazado por un final. No había nada que hacer para evitarlo. Cualquier intento de rebelarse producía el efecto contrario. Todo el mundo colapsó. La mayoría prefirió anticiparse y estallar antes de enfrentarse a un momento así. Quien se quedó tuvo que echar atrás, atravesar un pantano bipolar y volver al principio para poder, al fin, asumir que terminaría.

La obra es el viaje de un grupo de personas solas hacia un final compartido, a través de este mundo enfermo de euforia, que se promete infinito.

Lara Díez Quintanilla, autora residente de la Sala Beckett en la temporada 2020-21, dirige Euforia, el texto resultante de su residencia. La autora ha querido hablar de esa sensación, de ese sentimiento de bienestar total que se mueve radicalmente en términos absolutos.

La euforia es como un huracán, donde está ella no hay nadie más y anula la posibilidad de encuentro real con el otro. Resulta enloquecedora cuando se convierte en un estado sostenido o en el objetivo final de todo. Asimilarla como sinónimo de felicidad es nuestra enfermedad genética colectiva, pues transforma la vida en un contenedor de expectativas imposibles y en una fábrica de frustración interminable.